[Review] Torchlight
Podría decirles que Torchlight es un RPG isométrico, con tres tipos diferentes de clases para elegir, con un árbol de habilidades para cada uno de ellas, con miles de ítems...
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Podría decirles que Torchlight es un RPG isométrico, con tres tipos diferentes de clases para elegir, con un árbol de habilidades para cada uno de ellas, con miles de ítems clasificados como comunes, mágicos, raros, únicos y “de set”, con gemas que se pueden encajar en dichos ítems, y así. Podría, pero no lo voy a hacer…ahora. En cambio, para empezar, me voy a limitar a ejercer mi poder de síntesis: Torchlight es el más hermoso homenaje a Diablo que haya existido sobre la faz del mundo del videojuego.
Olvídense de todos los demás: esto es lo más parecido a Diablo que van a encontrar. De hecho, me animo a decir que es más parecido a Diablo que el propio Diablo 2. Jugándolo, no puedo evitar pensar “ESTO es lo que hubiese querido ver, no enanos con cerbatanas lastimando a un paladín lvl 20”. Pero eso es harina de otro costal.
Las imitaciones pueden tener, en líneas generales, dos motivaciones básicas: la humorística, que no es necesario que les detalle, y la admiración. Cuando alguien idolatra profundamente algo, es habitual que intente seguir sus pasos, que haga todo lo posible para parecerse a su objeto de admiración. Esto no es algo negativo en sí mismo, de hecho muchísimos músicos, actores, científicos y demás comenzaron así carreras que luego brillaron con luz propia. Y este es el punto clave. Cuando la admiración se traduce en fanatismo ciego, se pierde el toque personal, el aspecto único, el elemento original que puede llegar a crecer y transformase en algo nuevo. Se cae en la burda copia, en la repetición incesante de algo ya agotado. Torchlight, como un equilibrista chino, camina alegremente por la finísima línea que separa ambas cosas. Y salta. Y da volteretas. Y hace malabares con 5 mapaches rabiosos. Y no se cae. En ningún momento da la sensación de “uy, que hijos de p…, se afanaron medio juego!!!”, sino que nos hace sonreír, nos transforma en sus cómplices, nos hace recordar viejos tiempos y nos masajea la glándula nostalgiosa que tiene todo gamer de arriba de 25.
La historia es simple, y no necesita mucho detalle: hay un “mal” en el corazón de la montaña, y nuestro héroe (guerrero, mago o amazona, por si no se dieron cuenta ya) llega al pueblo minero de Torchlight dispuesto a empezar a los botellazos con los demonios. Apenas pasa por las puertas, se arma la podría y ahí va de cabeza a los dungeons a liquidar todo lo que se le cruce. El descenso se divide en distintos niveles y el juego crea los escenarios al azar, por lo que nunca veremos dos pisos iguales. En nuestro camino encontramos detalles excelentes, como al cruzar un puente: veremos allá abajo máquinas, fuegos encendidos, algún bicho que pasa corriendo y así. Todo nos da una sensación de inmensidad, de realmente estar bajando y bajando y bajando a una mina gigantesca, donde nos espera vaya a saber qué diablos (cuac). Más bichos matamos, más experiencia ganamos y más habilidades habilitamos ¿Para qué? para matar más bichos que nos den más experiencia y así. NADA más, si buscan otra cosa, se equivocaron de juego.
A la hora de los cachetazos, nuestro avatar contara con la compañía de una simpática mascota, que podremos elegir de entre un perro o un gato, y que a pesar de no parecer muy amenazante, me sorprendió gratamente al bancarse muchísimo castigo y seguir de pie. De acuerdo al tipo de pescado que le demos de morfar (debemos pescarlo nosotros mismos), se transformara temporalmente en diferentes tipos de criaturas, cada cual con sus puntos fuertes y débiles. La mascota tiene su propio inventario y le podemos ordenar que vuelva al pueblo a vender todo lo que lleva encima, algo que van a agradecer cuando noten la ENORME cantidad de ítems que sueltan los mostros. Hablando de ítems, hay de todo tipo y factor, comunes, mágicos, raros, los que forman parte de un set, únicos, con slots para gemas y así. Ya conocen como es la milonga, no hace falta que lo detalle en exceso (y si hace falta, es porque no jugaste Diablo, y si no jugaste Diablo, deberías estar leyendo la pagina de Para Teens o algo así)
Uno de los elementos más originales es el aspecto visual del juego, con una onda cartoon bastante alejada del actual delirio por el fotorrealismo: colores brillantes y dibujos de trazos fuertes, bien definidos, tiene una apariencia muy atractiva y que supone otros beneficios, como mantener los requerimientos de sistema más bajos que el PBI argentino. La banda de sonido, compuesta por Matt Uelmen, el mismo que escribió la de Diablo, tiene pasajes donde claramente podemos reconocer la guitarra que oíamos en Tristram, el malogrado pueblito donde se encontraba aquella siniestra catedral donde descendimos allá por 1996. Los efectos visuales de las habilidades y hechizos son espectaculares, brillantes, exagerados y muy agradables de ver. Una vez que nuestro héroe es el más pulenta del condado, lo podemos retirar y de esa forma ganar distintos bonus a la hora de crear uno nuevo.
Torchlight habla por sí mismo. No pretende ser algo nuevo, ni revolucionario, ni siquiera aspira a ser original. Solo intenta ser un buen hack and slash, y de paso homenajear a uno de los mejores action rpg’s de la historia. Y créanme que lo logra.